A continuación, descendemos por un terraplén de tierra. Afortunadamente, lo acompaña un pasamanos de madera, que facilita mucho el acceso. De todos modos, sobretodo si está húmedo o lloviendo, os aconsejamos bajar con cuidado para no resbalar, ya que además hay partes del camino sin la barandilla.
Cada vez vamos escuchando más el sonido del agua, que nos lleva poco a poco hacia la fervenza. Unos metros después nos la encontramos, imponente. Una caída de agua en la que el río do Casteliño salva un desnivel de alrededor de 10 metros de altura, para seguir su curso serpenteando en el frondoso bosque.
Bajamos hasta unas rocas que se sitúan a unos metros frente a la fervenza para verla en toda su magnitud. Es más ancha que su compañera de Santa Leocadia. Eso hace que se formen grandes cortinas de agua cayendo con un consecuente rugir alto de sus aguas.
Allí abajo, nos encontramos en un entorno poblado de vegetación, de grandes árboles llenos de musgo que nos acompañan mientras disfrutamos del momento. No se escucha más que el agua y los sonidos de la naturaleza. Una tranquilidad absoluta que invita a quedarse un buen rato admirando lo que nos regala nuestra tierra.